UN ESQUEMA BIOGRÁFICO
Joan Fuster i Ortells nació en Sueca (la Ribera Baixa) el 23 de noviembre de 1922. Allí murió el 21 de junio de 1992.
La procedencia familiar era casi toda de labradores. La primera excepción fue el padre –Juan Fuster Seguí–, que aprendió el oficio de tallista y fabricante de imágenes religiosas en talleres de Valencia. Después, en el pueblo, además de dar clases de dibujo en centros privados, tuvo esta profesión, muy ligada al mundo eclesiástico, que de todas maneras no le debía de resultar demasiado lejano, puesto que era carlista. La dedicación docente del padre le facilitó la gratuidad de una parte de los estudios medios, que la economía familiar quizás no habría permitido. La adscripción política paterna también le influyó en sus inicios, si bien, como el mismo Fuster declaró, su padre era un carlista “bastante extraño”, “un carlista de extracción popular, que es una forma de anarquista de derechas” y que, por otra parte, le dejó libertad para leer lo que quisiera y pudiera encontrar, en las bibliotecas de algunos amigos, sin restricciones ideológicas.
La niñez del futuro escritor fue, como él recordaría muchos años más tarde, la típica de un niño de pueblo en su tiempo, que pasaba la mayor parte del día –fuera de las inevitables estancias en la escuela o en casa–, jugando por calles y plazas.
Al empezar la guerra de España, el 1936, Fuster tenía trece años. El 1937, su padre estuvo encarcelado durante ocho meses y, ya al final del conflicto, el futuro escritor estuvo a punto de ser enviado al frente, en una de las últimas levas republicanas. Fue un periodo terrible, durante el cual Fuster encontró refugio en la lectura de todo tipo de papeles, incluso en las producciones de las editoriales ácratas, que tanta vida habían tenido en Valencia, incluso durante la dictadura de Primo de Rivera.
Acabada la guerra, el padre formó parte de la gestora que por orden gubernativa dirigió el ayuntamiento suecano, hasta que fue apartado –según recordaba después el hijo– por haber defendido los derechos de algunos labradores contra los propietarios de las tierras que cultivaban. Fuster fue afiliado de las juventudes del Movimiento y después automáticamente inscrito, a la edad correspondiente, en la Falange, a pesar de que ya había abandonado cualquier vínculo ideológico con el carlismo, con el Movimiento e incluso, despacio, con la religión católica que había heredado. Lecturas, reflexiones y observaciones de la realidad le fueron distanciando, pues, del ambiente a que parecía destinado, en un proceso íntimo que no debió de resultarle fácil ni cómodo.
El 1943, Fuster fue enviado a la Universidad, gracias al “momento de relativa euforia” económica que experimentó en la posguerra el oficio paterno cuando hizo falta proveer de imágenes religiosas los altares devastados durante la guerra. Cursó los estudios de derecho en Valencia, mientras sondeaba las librerías de viejo y empezaba a relacionarse con un mundo relativamente urbano. En la pensión donde se alojaba conoció a Josep Lluís Bausset, que le descubrió, con sus recuerdos, el valencianismo anterior al 1936.
Licenciado en derecho el 1948, Fuster trabajó después en un despacho de exportación de cítricos y ejerció como abogado un corto período de tiempo, probablemente sin demasiado entusiasmo.
Empezar como poeta
Fuster, decía Carles Salvador al comentar sorprendido sus primeros versos en un diario local, “és un poeta que no se asemeja a ninguno de los actuales valencianos”. Esta singularidad se reafirmó con la aparición de sus libros: Sobre Narcís (1948), Ales o mans (1949), Terra en la boca (1953) y Escrit per al silenci (1954). Set llibres de versos, libro aparecido el 1987, recoge buena parte de la obra poética fusteriana.
Pero, voluntariamente, en un momento determinado y por razones que él mismo explicó después, Fuster dejó de escribir versos, o de publicarlos. Si persistió ocasionalmente, fue ya mudando del todo el estilo y el lenguaje. Este abandono era el resultado de todo un cambio de actitud, que lo decantaba hacia una poesía antilírica, informada por la ira o por el sarcasmo, y en la cual tampoco quiso perseverar, quizás por el hecho de que la profesionalización como escritor todavía lo fue alejando más de un género imposible de concebir con criterios de mercado literario. Algunos de los muchos textos que después de 1968 (fecha de la Elegia a Rabelais) dio a la estampa, en catálogos y carpetas de artistas plásticos, pueden ser incluidos aun así en aquella derivación anticonvencional de la poesía fusteriana, con frecuencia conectada con la corriente surrealista, que le había interesado ya desde joven.
Si renunció a escribir poemas después de haber publicado algunas compilaciones bien estimables, también había renunciado a hacer novelas, un género que le habría gustado cultivar y en el cual había hecho alguna probatura que no lo satisfizo y que destruyó, según escribía el 1958, en una carta al editor Joan Sales.
De profesión, escritor
En efecto, las perspectivas vitales que él mismo se iba abriendo en medio de dificultades eran otras, ligadas en definitiva con el ejercicio de escritor, porque fue entonces que se empezó a dar a conocer como poeta, ensayista y articulista, primero en la revista alicantina Verbo, de la cual fue codirector entre 1946-56 –y como complemento de la cual publicó, con José Albi, una Antología del surrealismo español, 1952–, al Almanaque de Las Provincias y a los diarios de Valencia Levante y Jornada. Claro es que no todo representaba la misma clase de operación. Verbo era la plataforma para las inquietudes literarias, sin trascendencia económica, un medio para sentirse inmerso y relacionado con el mundo de la cultura y de los libros, en buena medida un mundo aparte que lo conectaba con aquello que se solía denominar “la república de las letras”, con los congresos de poesía y otras encuentros de escritores.
La literatura, para Fuster como muchos jóvenes de aquel y de otros tiempos, era una vía de salida hacia la integración social, más allá de los límites estrechísimos marcados por el ambiente local. El Almanaque de Las Provincias, bajo la dirección, generosa para nuestra lengua, de Teodor Llorente i Falcó, era una plataforma en el mismo sentido. Por otra parte, colaborar en diarios, por míseros o provincianos que fueran, era una entrada imperceptible en otro tipo de ámbitos, donde un artículo podía ser no sólo publicado sino incluso cobrado, y las exigencias de la periodicidad –con la necesidad de ingresos personales– pedía una dedicación estricta, ofrecía, para quien quisiera pensar en ello, una cierta esperanza de profesionalización. De entrada, Fuster ganó un premio de poesía convocado por Levante –diario matutino del Movimiento en Valencia–, donde le dieron la posibilidad de publicar algún artículo. Aceptó la invitación y se convirtió en colaborador más o menos regular del periódico, y también del vespertino Jornada, que pertenecía a la misma cadena de mediados de comunicación.
Esta relación laboral no suponía simpatías políticas por parte de Fuster, que en 1950 vio publicado su primer escrito en una revista editada por los exiliados catalanes en América, La Nostra Revista. Esta era una acción que, con la continuidad de muchos años, indicaba una posición de absoluta independencia ideológica respecto del franquismo.
A partir de 1961 sus artículos aparecieron en diarios barceloneses: El Correo Catalán (1961-1966), El Noticiero Universal (1967-1971),Tele/eXprés (1969-1977), y La Vanguardia (1969-1984) y, con más o menos regularidad, en algunos de madrileños: Informaciones (1972-1978), El País (1979-1986) y ABC. En los diarios de Valencia quedó excluida su participación, a raíz de la publicación del libro El País Valenciano (1962), contra el cual se promovió una campaña de descalificación personal y de insultos, que no tenía nada de casual, sino que estaba animada por móviles políticos sobre los cuales más abajo se dirá algo. Fue colaborador fijo en semanarios y revistas mensuales, entre las cuales Destino (hasta el 1971), Por Favor (1977-1978), Jano (1977-1981), Qué y Dónde (1979-1984), Serra d’Or (1959-1983), El Món (1981-1983), El Temps (1984-1985), etc. Una parte de estos artículos fueron agrupados en libros.
En definitiva, a partir de un cierto momento se profesionalizó como escritor. Fue una decisión arriesgada, que le marcó la vida. Entre otras cosas, porque no poseyendo fortuna propia y no teniendo nunca en los periódicos más rango profesional que el de colaborador, sus ingresos no estarían nunca asegurados con la regularidad que puede dar un puesto fijo en una redacción. La independencia laboral le supondría siempre un claro riesgo económico que en algunas épocas llegó a suponerle una amenaza.
La profesionalidad lo obligó a aceptar numerosos encargos como escritor. Entre otros, alguna guía de viaje –El País Valenciano (Barcelona, 1862),Valencia (Madrid, 1961), Alicante y la Costa Blanca (Barcelona, 1965), Ver el País Valenciano (Barcelona 1983)– o algún guion para televisión, como por ejemplo el que hizo sobre el País Valenciano para la serie de la TVE, Esta se mi tierra (1983). Incluso ensayó, siempre por encargo, la literatura para un público infantil, como por ejemplo la antología Un món per a infants (1959) o una breve narración didáctica sobre el cultivo del arroz, tradicional de su pueblo: Abans que el sol no creme (1969).
Sin salir de Sueca
Otra decisión, tan fundamental como esta, fue la de continuar viviendo en Sueca, en vez de instalarse en una ciudad grande, como hacía en aquel momento todo el mundo que aspiraba a abrirse paso en el mundo de las letras o, en general, de la cultura.
Y, a Sueca, Fuster vivía en la planta baja del número 10 de calle de Sant Josep, en una finca de tres alturas y fachada neogótica, obra del arquitecto Bonaventura Ferrando Castell y construida en la segunda década del siglo XX, que su familia había heredado. En aquella planta transcurriría la mayor parte de la vida del escritor. Era este un recinto donde el horario, para Fuster, ya adulto, fue casi siempre el mismo. Fuster se levantaba tarde, hacia mediodía, y también se iba a dormir tarde. Cuando no tenía con quién hablar, leía o escribía, a menudo acompañado de la música, “los músicos italianos del XVII y del XVIII tienen una virtud sedante extraordinaria” dijo en una ocasión. Excepto por algún viaje ocasional y corto –una vez al Alguer, alguna otra a Francia y, ya mucho después, a Alemania, a Grecia, a los Estados Unidos de América y a Canadá o a Italia, además de numerosas visitas por el país–, sólo salía de casa para ir a hacer alguna gestión por el pueblo.
En este sistema cerrado, o casi, el lunes solía ser un día extraordinario. Durante un tiempo, lo pasaba en Valencia, donde dormía y se quedaba hasta el martes, para ver a los amigos o hacer compras. Pero, desde principios de los años sesenta, la estancia en Valencia se reducía a unas horas, por la mañana, o por la mañana y por la tarde, para asistir a alguna tertulia, comprar libros o participar en alguna reunión. Reducir el tiempo de sus estancias en Valencia a principio de los años sesenta se debió a la necesidad de atender a sus padres, puesto que era hijo único y vivía solo con ellos. La madre murió el 1965 y el padre, el 1966.
La vida de Fuster fue muy sedentaria, con una regularidad que se ajustaba bien con sus hábitos personales, la escritura y la lectura le ocupaban muchas horas. Pero sedentarismo no quería decir aislamiento. Hasta el final –cuando, por ejemplo, hablaba con Toni Mollà sobre el fin de los regímenes comunistas al este de Europa, en las excelentes Converses inacabades–, Fuster tuvo una curiosidad extrema por todo lo que pasaba en el mundo, por la actualidad informativa y por los cambios sociales y culturales, que seguía a través de los diarios y las revistas que consumía sistemáticamente, de la radio y la televisión, y de la atención al gran número de personas que lo visitaban. Siempre, hasta pocos meses antes de morir, se negó a instalar un teléfono en casa. Esto, la resistencia a abrir la puerta cuando no tenía ganas, y un progresivo abandono de la correspondencia epistolar, preservaban su intimidad.
A pesar de estar inmerso en su trabajo de articulista y en la redacción de sus libros, dedicaba una gran cantidad de horas a la conversación con la gente que quería hablar con él –muy a menudo sin haberlo pedido. Se ha dicho, reiteradamente, que su domicilio constituía un punto de atracción permanente para escritores más o menos conocidos o aspirantes a hacerse conocer, políticos en las mismas circunstancias, periodistas, investigadores y, simplemente, buena gente del país que quería charlar con él, hacerse dedicar un libro o poder presumir después de haber hablado. Por lo que sabemos, es plenamente cierto, esto, y -a parte de otros efectos- ha tenido una repercusión notable y positiva en los trabajos de varios investigadores y escritores.
Esto supuso, durante muchos años, tener una agenda cargada de compromisos “sociales”. A veces comidas y cenas fuera casa que después iban seguidos de horas y más horas de conversación, hasta la extenuación física; a veces, directamente la larga conversación sin salir del domicilio, pero también agotadora y dilatada.
En algún momento, ahogado por el ambiente político del país, pensó en abandonar Sueca y el País Valenciano. En la década de 1960, se planteó cursar los estudios de lo que entonces se llamaba Filosofía y Letras, para optar después a un lectorado en alguna universidad europea o americana. No insistió demasiado, entre otras cosas porque no encontró las facilidades que había esperaba. La alternativa habría sido instalarse en Barcelona, pero esta era una aventura muy arriesgada, llena de incitaciones a la dispersión y en cualquier caso poco clara económicamente. Con una cautela admirable, Fuster se decidió a no moverse de casa.
Ensayos de historia cultural
Entre 1954 y 1962 colaboró con artículos eruditos en la Revista Valenciana de Filología. Esta eventualidad marcaría buena parte de la trayectoria intelectual y profesional de Fuster. Sus ensayos sobre Ausiàs March, Vicent Ferrer, Jaume Roig o Isabel de Villena identifican las lecturas y las preocupaciones que después veremos reiteradas hasta los últimos años del escritor. Ya no era sólo ocuparse de los escritores y las escritoras del mejor periodo de la literatura local; era, también, ir interesándose por la etapa que denominamos Decadencia, casi inmediata a aquel momento de esplendor. Y era, igualmente, ingresar en el mundo fantástico y separado de los saberes científicos. No ya la interrogación o la glosa sobre los temas permanentes de la poesía, sobre las lecturas inmediatas o sobre los temas que la actualidad proporcionaba. En el suplemento “Valencia” del diario Levante, Fuster publicó también muchos artículos relacionados con estas cuestiones. Los artículos, breves o largos, con aparato crítico o sin él, iban construyendo buena parte de las inquisiciones fusterianas sobre el pasado. De aquí saldría una parte importante de sus primeros libros, de aquellos que, al final de la vida, lo llevarán a la docencia universitaria.
El ensayo y otras prosas
Por otra parte, está el ensayo más general, que supone una forma de examen intelectual, a través del cual pasan todo tipo de hechos, sin distinción de épocas o de geografías, formando parte de una rica imagen del mundo. Son los escritos que se encuentran en El descrèdit de la realitat (1955) –una aguda aproximación a los problemas de las artes plásticas entre el realismo y la abstracción–,
Les originalitats (1956), Figures de temps (1957), Indagacions possibles (1958), Judicis finals (1960). En el prólogo al Diccionari per a ociosos (1964), Fuster describiría así como concebía algunos de los libros mencionados: “me limito a reunir en volumen una serie incoherente de escritos, diferentes en el tema y de extensión desigual, catalogables dentro del género elástico y modesto del ensayo”. Para darles una unidad, los presentaba a veces como lo que eran, hojas de dietario, o bien como colección de aforismos, o bien, como en el Diccionari, poniendo un orden alfabético a partir del tema central de cada escrito.
Otros libros de ensayos fusterianos son: Causar-se d’esperar (Barcelona, 1965), L’home, mesura de totes les coses (Barcelona, 1967), Consells, proverbis i insolències (Barcelona, 1968), Examen de consciència (Barcelona, 1968), o Babels i babilònies (Palma de Mallorca, 1972).
Otro género que dio un gran rendimiento en sus manos fue la redacción de dietarios, si bien los hacía –por lo que se sabe– sin dar noticias sobre los acontecimientos cotidianos de su vida o su ambiente. Más bien eran una sucesión de reflexiones y pensamientos ordenada regularmente por la fecha en qué fueron escritos. Es decisiva la serie publicada el 1969, bajo el título Dietario, 1952-1960, y como volumen segundo de las Obres Completes.
Finalmente, están los aforismos, que a veces aparecen aislados en medio de ensayos más extensos, y en otras ocasiones son presentados en serie, como una sucesión de rayos que se encadenan, a pesar de que cada uno pueda tener una existencia propia y sugerir la consecuencia no formulada de miles de otros pensamientos. El último ejemplo conocido de este segmento de la escritura fusteriana es el volumen Sagitari,publicado el 1984. El primero había sido Judicis finals.
Además, en la década de 1960 hizo traducciones de Albert Camus (cinco libros), J. Falkberget e Ignazio Silone y una gran cantidad de prólogos a obras ajenas, que en ciertos casos son importantes intervenciones sobre la obra de un determinado autor de nuestra literatura (Salvat-Papasseit, Ramon Muntaner, la ya mencionada introducción a Ausiàs March, Salvador Espriu, Josep Pla, Josep Carner, Vicent Andrés Estellés, Jaume Gassull, Joan Timoneda o Lluís Bernat).
Además, como incitador o como asesor, la labor fusteriana fue de una gran intensidad. Fue uno de los principales promotores de la Historia del País Valenciano y también de una historia de Cataluña dirigida por Joan Reglà. Asesoró la redacción de la Gran Enciclopedia de la Región Valenciana y de la Gran Enciclopedia Catalana y, por razones de amistad, también varias colecciones editoriales. Fue jurado de varios premios literarios. Participó en el I Congreso de Historia del País Valenciano (1971) y dirigió varias colecciones dedicadas a la edición de textos: la colección Lletra Menuda (1971-1980), la Bibliotheca Valentina (1972), la Bibliotheca Imago Mundi (1974), la colección Documentos de Cultura-Facsímil (1973-1977), los Clásicos Albatros (1973) y la Biblioteca de Autores Valencianos –las primeras de carácter privado y la última dependiente de la Institución Valenciana de Estudios e Investigaciones, de la cual era miembro. Dirigió la revista L’Espill, creada el 1978, el esquema de contenidos de la cual diseñó él mismo. Fue además presidente de honor del consejo territorial del País Valenciano del II Congreso Internacional de la Lengua Catalana (1986), y ya había ocupado la vicepresidencia valenciana del Congreso de Cultura Catalana (1977). El 1987 participó en los actos conmemorativos del II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas (1937).
UN ESQUEMA BIOGRÁFICO
La procedencia familiar era casi toda de labradores. La primera excepción fue el padre –Juan Fuster Seguí–, que aprendió el oficio de tallista y fabricante de imágenes religiosas en talleres de Valencia. Después, en el pueblo, además de dar clases de dibujo en centros privados, tuvo esta profesión, muy ligada al mundo eclesiástico, que de todas maneras no le debía de resultar demasiado lejano, puesto que era carlista. La dedicación docente del padre le facilitó la gratuidad de una parte de los estudios medios, que la economía familiar quizás no habría permitido. La adscripción política paterna también le influyó en sus inicios, si bien, como el mismo Fuster declaró, su padre era un carlista “bastante extraño”, “un carlista de extracción popular, que es una forma de anarquista de derechas” y que, por otra parte, le dejó libertad para leer lo que quisiera y pudiera encontrar, en las bibliotecas de algunos amigos, sin restricciones ideológicas.
La niñez del futuro escritor fue, como él recordaría muchos años más tarde, la típica de un niño de pueblo en su tiempo, que pasaba la mayor parte del día –fuera de las inevitables estancias en la escuela o en casa–, jugando por calles y plazas.
Al empezar la guerra de España, el 1936, Fuster tenía trece años. El 1937, su padre estuvo encarcelado durante ocho meses y, ya al final del conflicto, el futuro escritor estuvo a punto de ser enviado al frente, en una de las últimas levas republicanas. Fue un periodo terrible, durante el cual Fuster encontró refugio en la lectura de todo tipo de papeles, incluso en las producciones de las editoriales ácratas, que tanta vida habían tenido en Valencia, incluso durante la dictadura de Primo de Rivera.
Acabada la guerra, el padre formó parte de la gestora que por orden gubernativa dirigió el ayuntamiento suecano, hasta que fue apartado –según recordaba después el hijo– por haber defendido los derechos de algunos labradores contra los propietarios de las tierras que cultivaban. Fuster fue afiliado de las juventudes del Movimiento y después automáticamente inscrito, a la edad correspondiente, en la Falange, a pesar de que ya había abandonado cualquier vínculo ideológico con el carlismo, con el Movimiento e incluso, despacio, con la religión católica que había heredado. Lecturas, reflexiones y observaciones de la realidad le fueron distanciando, pues, del ambiente a que parecía destinado, en un proceso íntimo que no debió de resultarle fácil ni cómodo.
El 1943, Fuster fue enviado a la Universidad, gracias al “momento de relativa euforia” económica que experimentó en la posguerra el oficio paterno cuando hizo falta proveer de imágenes religiosas los altares devastados durante la guerra. Cursó los estudios de derecho en Valencia, mientras sondeaba las librerías de viejo y empezaba a relacionarse con un mundo relativamente urbano. En la pensión donde se alojaba conoció a Josep Lluís Bausset, que le descubrió, con sus recuerdos, el valencianismo anterior al 1936.
Licenciado en derecho el 1948, Fuster trabajó después en un despacho de exportación de cítricos y ejerció como abogado un corto período de tiempo, probablemente sin demasiado entusiasmo.
Empezar como poeta
Fuster, decía Carles Salvador al comentar sorprendido sus primeros versos en un diario local, “és un poeta que no se asemeja a ninguno de los actuales valencianos”. Esta singularidad se reafirmó con la aparición de sus libros: Sobre Narcís (1948), Ales o mans (1949), Terra en la boca (1953) y Escrit per al silenci (1954). Set llibres de versos, libro aparecido el 1987, recoge buena parte de la obra poética fusteriana.
Pero, voluntariamente, en un momento determinado y por razones que él mismo explicó después, Fuster dejó de escribir versos, o de publicarlos. Si persistió ocasionalmente, fue ya mudando del todo el estilo y el lenguaje. Este abandono era el resultado de todo un cambio de actitud, que lo decantaba hacia una poesía antilírica, informada por la ira o por el sarcasmo, y en la cual tampoco quiso perseverar, quizás por el hecho de que la profesionalización como escritor todavía lo fue alejando más de un género imposible de concebir con criterios de mercado literario. Algunos de los muchos textos que después de 1968 (fecha de la Elegia a Rabelais) dio a la estampa, en catálogos y carpetas de artistas plásticos, pueden ser incluidos aun así en aquella derivación anticonvencional de la poesía fusteriana, con frecuencia conectada con la corriente surrealista, que le había interesado ya desde joven.
Si renunció a escribir poemas después de haber publicado algunas compilaciones bien estimables, también había renunciado a hacer novelas, un género que le habría gustado cultivar y en el cual había hecho alguna probatura que no lo satisfizo y que destruyó, según escribía el 1958, en una carta al editor Joan Sales.
De profesión, escritor
En efecto, las perspectivas vitales que él mismo se iba abriendo en medio de dificultades eran otras, ligadas en definitiva con el ejercicio de escritor, porque fue entonces que se empezó a dar a conocer como poeta, ensayista y articulista, primero en la revista alicantina Verbo, de la cual fue codirector entre 1946-56 –y como complemento de la cual publicó, con José Albi, una Antología del surrealismo español, 1952–, al Almanaque de Las Provincias y a los diarios de Valencia Levante y Jornada. Claro es que no todo representaba la misma clase de operación. Verbo era la plataforma para las inquietudes literarias, sin trascendencia económica, un medio para sentirse inmerso y relacionado con el mundo de la cultura y de los libros, en buena medida un mundo aparte que lo conectaba con aquello que se solía denominar “la república de las letras”, con los congresos de poesía y otras encuentros de escritores.
La literatura, para Fuster como muchos jóvenes de aquel y de otros tiempos, era una vía de salida hacia la integración social, más allá de los límites estrechísimos marcados por el ambiente local. El Almanaque de Las Provincias, bajo la dirección, generosa para nuestra lengua, de Teodor Llorente i Falcó, era una plataforma en el mismo sentido. Por otra parte, colaborar en diarios, por míseros o provincianos que fueran, era una entrada imperceptible en otro tipo de ámbitos, donde un artículo podía ser no sólo publicado sino incluso cobrado, y las exigencias de la periodicidad –con la necesidad de ingresos personales– pedía una dedicación estricta, ofrecía, para quien quisiera pensar en ello, una cierta esperanza de profesionalización. De entrada, Fuster ganó un premio de poesía convocado por Levante –diario matutino del Movimiento en Valencia–, donde le dieron la posibilidad de publicar algún artículo. Aceptó la invitación y se convirtió en colaborador más o menos regular del periódico, y también del vespertino Jornada, que pertenecía a la misma cadena de mediados de comunicación.
Esta relación laboral no suponía simpatías políticas por parte de Fuster, que en 1950 vio publicado su primer escrito en una revista editada por los exiliados catalanes en América, La Nostra Revista. Esta era una acción que, con la continuidad de muchos años, indicaba una posición de absoluta independencia ideológica respecto del franquismo.
A partir de 1961 sus artículos aparecieron en diarios barceloneses: El Correo Catalán (1961-1966), El Noticiero Universal (1967-1971),Tele/eXprés (1969-1977), y La Vanguardia (1969-1984) y, con más o menos regularidad, en algunos de madrileños: Informaciones (1972-1978), El País (1979-1986) y ABC. En los diarios de Valencia quedó excluida su participación, a raíz de la publicación del libro El País Valenciano (1962), contra el cual se promovió una campaña de descalificación personal y de insultos, que no tenía nada de casual, sino que estaba animada por móviles políticos sobre los cuales más abajo se dirá algo. Fue colaborador fijo en semanarios y revistas mensuales, entre las cuales Destino (hasta el 1971), Por Favor (1977-1978), Jano (1977-1981), Qué y Dónde (1979-1984), Serra d’Or (1959-1983), El Món (1981-1983), El Temps (1984-1985), etc. Una parte de estos artículos fueron publicados en libros.
En definitiva, a partir de un cierto momento se profesionalizó como escritor. Fue una decisión arriesgada, que le marcó la vida. Entre otras cosas, porque no poseyendo fortuna propia y no teniendo nunca en los periódicos más rango profesional que el de colaborador, sus ingresos no estarían nunca asegurados con la regularidad que puede dar un puesto fijo en una redacción. La independencia laboral le supondría siempre un claro riesgo económico que en algunas épocas llegó a suponerle una amenaza.
La profesionalidad lo obligó a aceptar numerosos encargos como escritor. Entre otros, alguna guía de viaje –El País Valenciano (Barcelona, 1862),Valencia (Madrid, 1961), Alicante y la Costa Blanca (Barcelona, 1965), Ver el País Valenciano (Barcelona 1983)– o algún guion para televisión, como por ejemplo el que hizo sobre el País Valenciano para la serie de la TVE, Esta se mi tierra (1983). Incluso ensayó, siempre por encargo, la literatura para un público infantil, como por ejemplo la antología Un món per a infants (1959) o una breve narración didáctica sobre el cultivo del arroz, tradicional de su pueblo: Abans que el sol no creme (1969).
Sin salir de Sueca
Otra decisión, tan fundamental como esta, fue la de continuar viviendo en Sueca, en vez de instalarse en una ciudad grande, como hacía en aquel momento todo el mundo que aspiraba a abrirse paso en el mundo de las letras o, en general, de la cultura.
Y, a Sueca, Fuster vivía en la planta baja del número 10 de calle de Sant Josep, en una finca de tres alturas y fachada neogótica, obra del arquitecto Bonaventura Ferrando Castells y construida en la segunda década del siglo XX, que su familia había heredado. En aquella planta transcurriría la mayor parte de la vida del escritor. Era este un recinto donde el horario, para Fuster, ya adulto, fue casi siempre el mismo. Fuster se levantaba tarde, hacia mediodía, y también se iba a dormir tarde. Cuando no tenía con quién hablar, leía o escribía, a menudo acompañado de la música, “los músicos italianos del XVII y del XVIII tienen una virtud sedante extraordinaria” dijo en una ocasión. Excepto por algún viaje ocasional y corto –una vez al Alguer, alguna otra a Francia y, ya mucho después, a Alemania, a Grecia, a los Estados Unidos de América y a Canadá o a Italia, además de numerosas visitas por el país–, sólo salía de casa para ir a hacer alguna gestión por el pueblo.
En este sistema cerrado, o casi, el lunes solía ser un día extraordinario. Durante un tiempo, lo pasaba en Valencia, donde dormía y se quedaba hasta el martes, para ver a los amigos o hacer compras. Pero, desde principios de los años sesenta, la estancia en Valencia se reducía a unas horas, por la mañana, o por la mañana y por la tarde, para asistir a alguna tertulia, comprar libros o participar en alguna reunión. Reducir el tiempo de sus estancias en Valencia a principio de los años sesenta se debió a la necesidad de atender a sus padres, puesto que era hijo único y vivía solo con ellos. La madre murió el 1965 y el padre, el 1966.
La vida de Fuster fue muy sedentaria, con una regularidad que se ajustaba bien con sus hábitos personales, la escritura y la lectura le ocupaban muchas horas. Pero sedentarismo no quería decir aislamiento. Hasta el final –cuando, por ejemplo, hablaba con Toni Mollà sobre el fin de los regímenes comunistas al este de Europa, en las excelentes Converses inacabades–, Fuster tuvo una curiosidad extrema por todo lo que pasaba en el mundo, por la actualidad informativa y por los cambios sociales y culturales, que seguía a través de los diarios y las revistas que consumía sistemáticamente, de la radio y la televisión, y de la atención al gran número de personas que lo visitaban. Siempre, hasta pocos meses antes de morir, se negó a instalar un teléfono en casa. Esto, la resistencia a abrir la puerta cuando no tenía ganas, y un progresivo abandono de la correspondencia epistolar, preservaban su intimidad.
A pesar de estar inmerso en su trabajo de articulista y en la redacción de sus libros, dedicaba una gran cantidad de horas a la conversación con la gente que quería hablar con él –muy a menudo sin haberlo pedido. Se ha dicho, reiteradamente, que su domicilio constituía un punto de atracción permanente para escritores más o menos conocidos o aspirantes a hacerse conocer, políticos en las mismas circunstancias, periodistas, investigadores y, simplemente, buena gente del país que quería charlar con él, hacerse dedicar un libro o poder presumir después de haber hablado. Por lo que sabemos, es plenamente cierto, esto, y -a parte de otros efectos- ha tenido una repercusión notable y positiva en los trabajos de varios investigadores y escritores.
Esto supuso, durante muchos años, tener una agenda cargada de compromisos “sociales”. A veces comidas y cenas fuera casa que después iban seguidos de horas y más horas de conversación, hasta la extenuación física; a veces, directamente la larga conversación sin salir del domicilio, pero también agotadora y dilatada.
En algún momento, ahogado por el ambiente político del país, pensó en abandonar Sueca y el País Valenciano. En la década de 1960, se planteó cursar los estudios de lo que entonces se llamaba Filosofía y Letras, para optar después a un lectorado en alguna universidad europea o americana. No insistió demasiado, entre otras cosas porque no encontró las facilidades que había esperaba. La alternativa habría sido instalarse en Barcelona, pero esta era una aventura muy arriesgada, llena de incitaciones a la dispersión y en cualquier caso poco clara económicamente. Con una cautela admirable, Fuster se decidió a no moverse de casa.
Ensayos de historia cultural
Entre 1954 y 1962 colaboró con artículos eruditos en la Revista Valenciana de Filología. Esta eventualidad marcaría buena parte de la trayectoria intelectual y profesional de Fuster. Sus ensayos sobre Ausiàs March, Vicent Ferrer, Jaume Roig o Isabel de Villena identifican las lecturas y las preocupaciones que después veremos reiteradas hasta los últimos años del escritor. Ya no era sólo ocuparse de los escritores y las escritoras del mejor periodo de la literatura local; era, también, ir interesándose por la etapa que denominamos Decadencia, casi inmediata a aquel momento de esplendor. Y era, igualmente, ingresar en el mundo fantástico y separado de los saberes científicos. No ya la interrogación o la glosa sobre los temas permanentes de la poesía, sobre las lecturas inmediatas o sobre los temas que la actualidad proporcionaba. En el suplemento “Valencia” del diario Levante, Fuster publicó también muchos artículos relacionados con estas cuestiones. Los artículos, breves o largos, con aparato crítico o sin él, iban construyendo buena parte de las inquisiciones fusterianas sobre el pasado. De aquí saldría una parte importante de sus primeros libros, de aquellos que, al final de la vida, lo llevarán a la docencia universitaria.
El ensayo y otras prosas
Por otra parte, está el ensayo más general, que supone una forma de examen intelectual, a través del cual pasan todo tipo de hechos, sin distinción de épocas o de geografías, formando parte de una rica imagen del mundo. Son los escritos que se encuentran en El descrèdit de la realitat (1955) –una aguda aproximación a los problemas de las artes plásticas entre el realismo y la abstracción–,
Les originalitats (1956), Figures de temps (1957), Indagacions possibles (1958), Judicis finals (1960). En el prólogo al Diccionari per a ociosos (1964), Fuster describiría así como concebía algunos de los libros mencionados: “me limito a reunir en volumen una serie incoherente de escritos, diferentes en el tema y de extensión desigual, catalogables dentro del género elástico y modesto del ensayo”. Para darles una unidad, los presentaba a veces como lo que eran, hojas de dietario, o bien como colección de aforismos, o bien, como en el Diccionari, poniendo un orden alfabético a partir del tema central de cada escrito.
Otros libros de ensayos fusterianos son: Causar-se d’esperar (Barcelona, 1965), L’home, mesura de totes les coses (Barcelona, 1967), Consells, proverbis i insolències (Barcelona, 1968), Examen de consciència (Barcelona, 1968), o Babels i babilònies (Palma de Mallorca, 1972).
Otro género que dio un gran rendimiento en sus manos fue la redacción de dietarios, si bien los hacía –por lo que se sabe– sin dar noticias sobre los acontecimientos cotidianos de su vida o su ambiente. Más bien eran una sucesión de reflexiones y pensamientos ordenada regularmente por la fecha en qué fueron escritos. Es decisiva la serie publicada el 1969, bajo el título Dietario, 1952-1960, y como volumen segundo de las Obres Completes.
Finalmente, están los aforismos, que a veces aparecen aislados en medio de ensayos más extensos, y en otras ocasiones son presentados en serie, como una sucesión de rayos que se encadenan, a pesar de que cada uno pueda tener una existencia propia y sugerir la consecuencia no formulada de miles de otros pensamientos. El último ejemplo conocido de este segmento de la escritura fusteriana es el volumen Sagitari,publicado el 1984. El primero había sido Judicis finals.
Además, en la década de 1960 hizo traducciones de Albert Camus (cinco libros), J. Falkberget e Ignazio Silone y una gran cantidad de prólogos a obras ajenas, que en ciertos casos son importantes intervenciones sobre la obra de un determinado autor de nuestra literatura (Salvat-Papasseit, Ramon Muntaner, la ya mencionada introducción a Ausiàs March, Salvador Espriu, Josep Pla, Josep Carner, Vicent Andrés Estellés, Jaume Gassull, Joan Timoneda o Lluís Bernat).
Además, como incitador o como asesor, la labor fusteriana fue de una gran intensidad. Fue uno de los principales promotores de la Historia del País Valenciano y también de una historia de Cataluña dirigida por Joan Reglà. Asesoró la redacción de la Gran Enciclopedia de la Región Valenciana y de la Gran Enciclopedia Catalana y, por razones de amistad, también varias colecciones editoriales. Fue jurado de varios premios literarios. Participó en el I Congreso de Historia del País Valenciano (1971) y dirigió varias colecciones dedicadas a la edición de textos: la colección Lletra Menuda (1971-1980), la Bibliotheca Valentina (1972), la Bibliotheca Imago Mundi (1974), la colección Documentos de Cultura-Facsímil (1973-1977), los Clásicos Albatros (1973) y la Biblioteca de Autores Valencianos –las primeras de carácter privado y la última dependiente de la Institución Valenciana de Estudios e Investigaciones, de la cual era miembro. Dirigió la revista L’Espill, creada el 1978, el esquema de contenidos de la cual diseñó él mismo. Fue además presidente de honor del consejo territorial del País Valenciano del II Congreso Internacional de la Lengua Catalana (1986), y ya había ocupado la vicepresidencia valenciana del Congreso de Cultura Catalana (1977). El 1987 participó en los actos conmemorativos del II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas (1937).